Ceremonia del Buda.
CEREMONIA
DEL BUDA.
Fuente:
Charles
Webster Leadbeater.
Durante
un ciclo mundial aparecen siete budas, uno para cada raza raíz, y se hacen
cargo de la actividad especial del segundo Rayo en el mundo entero, ocupándose
individualmente en la parte de dicha actividad que corresponde a los planos
superiores, mientras confía a su auxiliar y representante el bodhisattva el
oficio de Instructor en los planos inferiores.
Los
autores orientales no encuentran elogio bastante encomiástico ni devoción
demasiado profunda para quien alcanza el budado; y así como nosotros admiramos
a los Maestros que nos parecen casi divinos en bondad y sabiduría, así los
orientales, aun en mayor grado consideran a un buda. El Señor Gautama, el buda
actual, fue el primer individuo de nuestra humanidad que llegó a este estupendo
grado de evolución, pues los budas precedentes habían sido fruto de otras evoluciones,
y le fue preciso' realizar un esfuerzo violentísimo para alcanzar su altísimo
nivel. Tan estupendo fue el esfuerzo, que los budistas le llaman el
mahabhiniskramana o sea el magno sacrificio.
Hace
muchos millares de años surgió la necesidad de que un adepto fuera el
Instructor del Mundo en la cuarta raza raíz, pues ya había llegado la hora de
que la humanidad se proporcionase sus propios budas. Hacia la mitad de la
cuarta ronda de la cuarta encarnación de nuestra cadena planetaria, que era
exactamente el punto central de la evolución a que pertenecemos, los Manús, los
instructores y otros dignatarios que nuestra humanidad requería, vinieron de
las más adelantadas humanidades de otras cadenas que habían progresado más o
que eran más viejas que nosotros; y por haber recibido este auxilio estamos
obligados a prestarlo en el porvenir a evoluciones posteriores. Así se
demuestra la positiva fraternidad entre todos los seres vivientes, pues vemos
que no sólo existe entre los individuos de una humanidad ni aun entre los
vivientes en nuestra cadena planetaria, sino que todas las cadenas del sistema
solar están solidarizadas en admirable mutualidad auxiliadora.
No tengo prueba alguna de que los sistemas
solares se auxilien de tal suerte unos a otros, pero con arreglo a la ley de
analogía me inclino hacia la afirmativa. Por lo menos he visto Entidades que
procedentes de otros sistemas han venido a visitar el nuestro y me he
convencido de que no viajaban por recreo sino con determinado propósito, que
ignoro y no me compete indagarlo.
En la
época del remoto pasado a que me he referido, nuestra humanidad debía haber
comenzado a proporcionarse ella misma sus instructores; pero se nos dice que
nadie había alcanzado todavía el nivel necesario para asumir tan tremenda
responsabilidad. Los primeros frutos de la humanidad terrestre en aquel período
fueron dos Hermanos que estaban en el mismo grado de desenvolvimiento oculto:
uno era el que hoy llamamos el Señor Gautama el Buda, y el otro nuestro actual
Instructor del Mundo, el Señor Maitreya.
No sabemos por qué no habían reunido las
requeridas cualidades; pero por su vehementísimo amor a la humanidad el Señor
Gautama se ofreció anhelosamente a realizar cualquier esfuerzo que fuese
necesario para adquirir las exigidas cualidades. La tradición nos informa de
que vida tras vida fue practicando determinadas virtudes y en cada vida
adquirió una indispensable cualidad.
Los libros budistas refieren el magno
sacrificio del Señor Gautama, pero sus
autores no comprendieron la índole del sacrificio, pues se figuraron que el
Señor Gautama para enseñar la ley había descendido del plano nirvânico después
de recibida la iluminación. Verdad es que descendió; pero esto no hubiera sido
un sacrificio, sino una obra ordinaria, aunque no muy agradable. Su magno
sacrificio fue emplear millares de años en capacitarse para ser el primero de
la humanidad que pudiese ayudar a los hombres sus hermanos enseñándoles la
Sabiduría de eterna vida. Muy noblemente realizó esta obra. Algo sabemos pero
mucho más ignoramos de las encarnaciones de Buda después de haber sido el
Bodhisattva de su época.
Fue
sucesivamente Vyasa, Hermes Trimegistro, apellidado el Padre de la sabiduría,
el primero de los veintinueve Zoroastro, instructores de la religión de Fuego,
Orfeo entre los griegos a quienes enseñó la música y el canto; y finalmente
encarnó por última vez en el norte de India, y peregrinó por el valle del Ganes
durante cuarenta y cinco años predicando su ley y reuniendo en su alrededor a quienes
en vidas anteriores habían sido sus discípulos.
Por algún
motivo que escapa a nuestra comprensión, tal vez a causa de tan dilatado e
intenso esfuerzo, no tuvo tiempo el Señor Buda de llevar a la perfección
algunos puntos de su obra. En el nivel a que había llegado era ya imposible el
fracaso; pero quizás los pasados esfuerzos superaron a un tan gran poder como
el suyo. Sin saber por qué, lo cierto es que no pudo atender a algunos
pormenores, y por lo tanto la vida ulterior del Señor Gautama fue distinta de
la de sus predecesores.
Según ya
dije, cuando un bodhisattva asciende a buda y entra en este glorioso estado con
toda su cosecha, como dicen las Escrituras, transmite a su sucesor toda la obra
referente a la tierra, y en superiores niveles prosigue trabajando por la
humanidad.
Cualesquiera
que sean las múltiples actividades del Dyani Buda no le obligan en la tierra;
pero a causa de las peculiares circunstancias que concurrieron en la vida del
Señor Gautama, hubo la diferencia de dos actos complementarios.
El
primero fue que el Señor del Mundo, el Gran Rey, el Único Iniciador, envió
desde Venus a uno de sus tres discípulos, los Señores de la Llama, para que
encarnase en la Tierra casi inmediatamente de haber recibido la iluminación el
Señor Gautama, a fin de que durante una corta vida empleada en viajar por la
India, estableciera en este país ciertos centros religiosos llamados mathas. En
la referida encarnación se llamó San-karâchárya, fundador de una escuela de
filosofía que restauró en cierto grado el hinduismo infundiendo nueva vida en
sus fórmulas y compendiando muchas enseñanzas de Gautama el Buda.
Actualmente,
el hinduismo, aunque en muchos aspectos no llegue a su supremo ideal, es una
religión mucho más viva de lo que era antes del advenimiento de Buda, cuando
había degenerado en estéril formulismo.
Shri
Zankara contribuyó también muchísimo a la disminución de los sacrificios
cruentos, que ya hoy día son raros en la India. Aparte de sus enseñanzas en el
plano físico, Shri Sankara realizó en los planos superiores alguna obra oculta
que tuvo mucha influencia en la vida ulterior de la India.
El
segundo acto suplementario a que me he referido lo efectuó el Señor Gautama,
quien en vez de entregarse a otra obra superior, permaneció en suficiente
contacto con el mundo para oír y escuchar las invocaciones de su sucesor cuando
fuesen necesarias, de modo que en circunstancias cíclicas pudiera todavía
aconsejar y auxiliar a la humanidad. También quiso volver al mundo una vez cada
año, en el aniversario de su muerte y derramar sobre los hombres un caudal de
bendiciones.
El Señor
Buda posee su especial modalidad de energía que derrama al bendecir al mundo. Esta
bendición es maravillosamente excepcional, por-que su autoridad y categoría, Buda
tiene acceso a planos de la naturaleza allende nuestro alcance; y por lo tanto,
puede transmutar y transferir a nuestro plano la energía de los superiores. Sin
esta mediación de Buda, las energías de dichos planos no podrían servirnos en
la vida física, porque sus vibraciones son tan formidables y tan increíblemente
rápidas, que nos es imposible percibirlas en ninguno de los tres planos físico,
astral y mental.
Pero la
bendición de Buda se difunde por el mundo entero y encuentra al punto canales
por donde circular la transferida energía divina y lleva aliento y paz a los
capaces de recibirla.
La coyuntura elegida para dar esta bendición
es el día del plenilunio de mes Vaishakh del calendario indo, llamado Wesak en
Ceilán y correspondiente a nuestro mes de Mayo, por ser el aniversario de los
más importantes acontecimientos de la última vida terrena del Señor Gautama el
Buda, cuales fueron su nacimiento, iluminación y muerte.
En
relación con esta visita de Buda e independientemente de su trascendental
significado esotérico, se celebra en el plano físico una ceremonia exotérica en
la que el Señor Gautama se muestra en presencia de una multitud de peregrinos.
Sin
embargo, no estoy seguro de si Buda se les muestra directamente o si ellos no
hacen más que imitar la actitud de los adeptos y discípulos que se postran al
aparecer el Señor a quien ven cara a cara en aquel momento. Parece probable que
por lo menos algunos peregrinos lo hayan visto, porque los budistas del Asia
Central saben que se celebra dicha ceremonia y la llaman «la aparición de la
Sombra o Reflejo de Buda», y los relatos tradicionales la describen con
bastante exactitud. Dícese que tropeles de peregrinos vagan inútilmente por los
alrededores sin poder encontrar el paraje donde la ceremonia se celebra; pero
en cuanto se me alcanza comprender no veo razón alguna para restringir el
número de espectadores.
Todos los
miembros de la Gran Fraternidad Blanca excepto el Rey y sus tres Discípulos
asisten casi siempre a dicha ceremonia, y no hay motivo en contra de que los
fervorosos individuos de la Sociedad Teosófica puedan presenciarla en .cuerpo
astral. Quienes conocen el secreto se arreglan de modo que su cuerpo físico quede
sumido en sueño una hora antes del plenilunio y nadie lo despierte ni perturbe
hasta una "hora después.
El paraje
elegido es una meseta rodeada de no muy altas colinas, al norte de los
Himalayas, no lejos de la frontera del Nepal y a unos 640 kilómetros al oeste
de la ciudad de Lhasa. La meseta es de configuración toscamente oblonga de unos
dos kilómetros de largo y algo menos de ancho.
El
terreno declina ligeramente de sur a norte y es por la mayor parte árido y
pedregoso, salvo en algunos puntos cubierto por grosera y achaparrada
vegetación. Un riachuelo corre por la parte occidental de la meseta, cruza su
ángulo noroeste y sale por en medio del lado septentrional a través de una
barranquera cubierta de pinabetes hasta llegar a un lago situado a algunos
kilómetros.
La
comarca aledaña parece silvestre e inhabitada, pues no se ofrece a la vista
edificio alguno excepto dos o tres chozas junto a las ruinas de una ermita en
la falda de una de las colinas del lado oriental de la meseta.
Cerca del
centro de la mitad meridional hay a manera de altar un enorme bloque de granito
gris blanquecino con vetas de una materia brillante, de unos cuatro metros de
alto por dos de ancho, elevado a un metro sobre el suelo.
Desde
algunos días antes de la fecha señalada las márgenes del riachuelo y las faldas
de las colinas circundantes se ven pobladas de grupos de tiendas de extraño y
tosco aspecto, las más de ellas negras, de modo que aquel ordinariamente
desolado paraje se convierte en el animado campamento de una multitud. Gran
número de gentes llegan de las tribus nómadas del Asia Central y algunos de muy
lejos del norte. La víspera del plenilunio todos los peregrinos toman un baño
especial de carácter religioso v se lavan las ropas en preparación para presenciar
la ceremonia.
Algunas
horas antes del plenilunio se aglomeran los peregrinos en la parte septentrional
de la meseta y se sientan ordenadamente en el suelo, cuidan-do de dejar un
ancho espacio libre delante del altar. Generalmente asisten varios lamas que
aprovechan la ocasión para dirigir pláticas a los concurrentes. Una hora antes
del momento exacto del plenilunio, comienzan a llegar las formas astrales entre
las que se cuentan las de los miembros de la Fraternidad, Diagrama algunos de
los cuales se materializan para que los puedan ver los peregrinos, quienes
se arrodillan cetro de y postran en su presencia. A veces, los
Maestros y Poder otras entidades de
mayor categoría se dignan conversar amigablemente con sus discípulos y varios
circunstantes.
Entretanto,
los designados al efecto disponen el altar para la ceremonia, cubriéndolo de hermosísimas
flores con una enorme guirnalda del sagrado loto en cada ángulo. En el centro
se coloca un precioso cuenco de oro cincelado lleno de agua, e inmediatamente
delante de él se deja un espacio sin flores. Media hora antes del momento del
plenilunio, a una señal del Mahachohan los miembros de la Fraternidad se
congregan en el espacio libre del centro de la meseta al norte del altar y se
ordenan en tres filas en un amplio círculo, con el rostro hacia el altar.
La fila exterior está formada por los miembros
más jóvenes de la Fraternidad y los Oficiales superiores ocupan ciertos puntos
de la fila interior. Después se cantan en idioma pali algunos versículos de las
Escrituras budistas, y al terminar el canto se materializa el Señor Maitreya en
el centro del círculo, con el Cetro de Poder en la mano, que sirve de fulcro
para el gobierno de la energía efundida por el Logos planetario, quien lo
magnetizó hace millones de años, cuando por primera vez puso en movimiento la
oleada de vida humana en Su cadena de mundos.
Se nos dice
que el Cetro de Poder es el signo físico de la concentración y atención del
Logos y que se transporta de globo a globo según sea uno u otro el foco de la
evolución, de modo que cuando el Cetro salga de nuestra Tierra para el inmediato
globo quedará sumida en una especie de letargo. No sabemos si también se
transporta el Cetro a los globos no físicos ni tampoco sabemos la manera de
usarlo ni la parte que desempeña en la economía del mundo.
Está ordinariamente al cuidado del Señor del
Mundo en Shamballa y tan sólo se lo presta al Señor Maitreya con ocasión del
festival del plenilunio de Wesak. Es una barra de un metal desconocido de los
químicos terrenos, llamado oricalco, de unos 60 centímetros de largo por 5 CMS.
de diámetro, que lleva engarzado en cada extremo un grueso diamante tallado en
forma de esfera proyectada en punta cónica, y siempre parece rodeado de una
aura de brillante y transparente llama. Conviene advertir que durante la
ceremonia únicamente maneja y toca este Cetro el Señor Maitreya.
Al
materializarse en el centro del círculo todos los adeptos se inclinan reverentemente
ante El y se canta otro versículo. Mientras dura el canto el círculo interior
de adeptos se divide en ocho segmentos para formar una cruz dentro del círculo
exterior, cuyo centro sigue ocupando el Señor Maitreya.
En el inmediato acto de este pomposo ritual,
la cruz se convierte en triángulo en cuyo vértice se coloca el Señor Maitreya
cerca del altar sobre el que deposita reverentemente el Cetro de Poder, en el
espacio contiguo al cuenco de oro, y el triángulo de adeptos se muda en una
figura curvada en que todos dan rostro al altar.
En el
siguiente movimiento, la figura curvada se transforma en un triángulo
invertido, de modo que resulta el emblema de la Sociedad Teosófica, aunque sin
la serpiente. El triángulo invertido se convierte después en la estrella de
cinco puntas, cuyo vértice meridional cercano al altar ocupa el Señor Maitreya
y los demás dignatarios o Choanes los cinco puntos de intersección de los
lados. Acompañamos el diagrama en la página siguiente, de las diferentes
figuras para facilitar su comprensión.
Al llegar
a este acto final de los preliminares de la ceremonia, cesa el canto, y tras
algunos instantes de solemne silencio, empuña de nuevo el Señor Maitreya el
Cetro de Poder y levantándolo por encima de su cabeza exclama con sonora voz en
lengua pali:
¡Todo
está a punto! ¡Ven, Maestro!
Vuelve a
depositar en el altar el Cetro de Poder en el exacto momento astronómico del
plenilunio, y entonces aparece por encima de las colinas meridionales la
colosal figura del Señor Buda.
Los
miembros de la Fraternidad se inclinan a manos juntas y la multitud se
prosterna rostro en suelo y postrada permanece, mientras los cantores entonan los
tres versículos que el mismo Buda enseñó al niño Chatta durante su última vida
terrena:
«El Señor
Buda, el Sabio de los Sakyas, es el mejor Instructor de la humanidad. Hizo
cuanto debía hacer y pasó a la opuesta orilla (el nirvana). Está henchido de fortaleza
y energía. Tomo por guía al bienaventurado Ser.”
La Verdad
es inmaterial. Nos libra de la pasión, del deseo y de la tristeza. Es inmaculada.
Es dulce, sencilla y lógica. Tomo esta Verdad por guía.
Todo
cuanto se da a las ocho categorías de nobles Seres que por pares forman los
cuatro grados y conocen la verdad, obtiene crecida recompensa. Tomo por guía
esta Fraternidad de Nobles Seres.»
Entonces
la multitud se levanta y contempla la presencia del Señor, mientras la
Fraternidad entona en beneficio del pueblo la hermosa letra del Sutta
Mahamangala, que traducido por el profesor Rhys Davids dice así:
«En su
anhelo del bien, los devas y los hombres han señalado varías cosas dignas de
bendición. Dinos ¡oh! Maestro ¿Cuál es la mayor bendición?»
«No servir
al insensato. Servir al sabio. Honrar a quien merezca honra. Esta es la mayor
bendición.»
«Morar en
un país ameno. Haber cumplido buenas acciones en pasadas vi-das. Tener el alma
henchida de nobles deseos. Esta es la mayor bendición.»
«Mucha
intuición y mucha educación. Dominio propio y mente disciplinada. Amables palabras
bien dichas. Esta es la mayor bendición.»
«Ayudar a
padre y madre. Amar a la esposa y a los hijos. Seguir una apacible profesión.
Esta es la mayor bendición.»
«Dar
limosnas y vivir rectamente. Auxiliar a los parientes. Obrar de modo que no merezca
vituperio. Esta es la mayor bendición.»
«Aborrecer
el pecado y no pecar más. Abstenerse de bebidas embriagantes. No ser perezoso
en el bien obrar. Esta es la mayor bendición.»
«Ser paciente,
manso y sufrido. Asociarse con los pacíficos. Tener pláticas religiosas en tiempo
oportuno. Esta es la mayor bendición.»
«Refrenarse
y ser puro. Conocer las cuatro verdades capitales. Saber que existe el nirvana.
Esta es la mayor bendición.»
«Permanecer
inconmoviblemente sereno ante las estremecedoras vicisitudes de la vida, sin
pasión ni tristeza. Esta es la mayor bendición.»
«De todo
punto invencible es quien así procede. Por doquiera completamente seguro. Esta
es la mayor bendición.»
La Figura
flotante sobre las colinas es de colosal tamaño, pero reproduce exactamente la
forma y características del cuerpo que usó el Señor Buda en su última vida
terrena. Aparece sentado con las piernas cruzadas y las manos juntas, vestido
con el amarillo sayal de los monjes budistas, de modo que el brazo derecho
queda desnudo.
No es
posible describir exactamente el aspecto del rostro, en verdad divino, porque
armoniza la sabiduría y el amor, la serenidad y la fortaleza en una sola
expresión que contiene todo cuanto nos cabe imaginar cómo divino. El color del
rostro es blanco-amarillento y las facciones claramente dibujadas.
La frente
espaciosa y noble; los ojos rasgados, brillantes e intensamente azules; la
nariz levemente aguileña; los labios rojos y firmemente señalados. Sin embargo,
todo esto sólo nos muestra la máscara corporal y apenas nos da idea del vivido
conjunto. La cabellera es negra, casi azulada y ondulante, pero no larga como
se acostumbra en la India ni rasurada como la de los monjes orientales, sino
cortada hasta poco antes de llegar a los hombros, partida por el medio y echada
atrás desde la frente.
Dícese
que cuando el príncipe Siddhartha dejó la casa paterna en busca de la verdad se
cortó a cercén la cabellera con su espada y desde entonces la llevó así
cortada.
Terminado
el canto del Sutta Mahamangala, el Señor Maitreya toma el cuenco de oro que
lleno de agua está sobre el altar y durante algunos momentos lo sostiene por
encima de la cabeza, mientras los circunstantes, que se han provisto de vasos
llenos de agua, imitan Su actitud. Al reponer el cuenco de oro sobre el altar,
entona la Fraternidad otro versículo:
«Él es el
Señor, el Santo, de perfecto conocimiento, que posee los ocho linajes de
conocimiento y ha cumplido los quince santos ejercicios, que siguió el camino
que conduce a la iluminación, que conoce los tres mundos, el sin rival, el Instructor
de dioses y hombres, el Bienaventurado, el Señor Buda.»
Al
terminar el canto, el Señor levanta la mano derecha en actitud de bendecir y
una sonrisa de amor irradia de sus labios y una lluvia de flores se derrama
sobre la multitud que vuelve a prosternarse mientras los miembros de la
Fraternidad se inclinan reverentemente. Entretanto, la Figura se va
desvaneciendo poco a poco en los aires y el gentío prorrumpe en exclamaciones
de júbilo y alabanza.
Los
miembros de la Fraternidad se acercan al Señor Maitreya por orden de categoría
y van tomando un sorbito de agua del cuenco de oro, al paso que el pueblo sorbe
del agua contenida en sus respectivos vasos, llevándose a casa la sobrante en
sus botellas de cuero, pues la consideran como agua bendita que los librará de
toda maligna influencia y aun podrá curar sus enfermedades.
Después
los de la multitud se felicitan mutuamente y se llevan a sus lejanos hogares
indeleble recuerdo de la ceremonia en que han tomado parte.
El
Apocalipsis de San Juan el Teólogo nos da en el siguiente pasaje una muy
interesante vislumbre de los predecesores de Buda:
Y
alrededor del trono había veinticuatro sillas; y vi. Sobre ellas veinticuatro
ancianos sentados, vestidos de ropas blancas; y tenían sobre sus cabezas
coronas de oro.
Quien es
capaz de ver este espectáculo, y con el tiempo todo hombre ha de ser capaz, lo
interpreta desde el punto de vista de sus personales creencias. Así San Juan vio lo que esperaba
ver, es decir, los veinticuatro ancianos de la tradición hebrea.
El número de veinticuatro señala la fecha en
que por vez primera se vio esta visión o más bien la fecha en que de ella se
formuló la idea judía; pero si ahora pudiéramos alzarnos en espíritu y contemplar
la inefable y gloriosa escena, veríamos no veinticuatro sino veinticinco
ancianos, pues el Señor Buda alcanzó dicho estado después de que San Juan tuvo
la apocalíptica visión.
Porque dichos
ancianos son los insignes instructores de los mundos durante nuestra ronda. Hay
siete budas en cada uno de los globos de la cadena planetaria, o sean veintiuno
en los tres globos por donde hemos pasado. El señor Gautama ha sido el cuarto
buda del mundo terrestre; y por lo tanto si en pasados tiempos eran
veinticuatro los ancianos de la visión, hoy son veinticinco, como resultaría si
los acertáramos a ver.
La
Iglesia cristiana ha interpretado la visión muy diferentemente, pues cree que
los veinticuatro ancianos representan a los doce apóstoles y a los doce
profetas hebreos. Si así fuera, el vidente San Juan se hubiera de haber visto a
sí mismo entre los primeros y seguramente lo dijera.
Los
ancianos ceñían coronas de oro y las deponían ante El, según canta el glorioso
himno de la Trinidad.
Recuerdo
que en mi infancia me maravillaba muchísimo cómo esto pudiera ser, pues me parecía
muy extraño que ciñesen corona y al propio tiempo las depusieran. No acertaba a
comprenderlo y cavilaba sobre cómo se las arreglarían los ancianos para ceñirse
de nuevo las coronas, de modo que pudiesen otra vez deponerlas. Es muy natural
que un niño tenga estas algo ridículas ideas, pero se desvanecen cuando uno las
comprende. Quien haya visto una imagen de Buda habrá observado que de la corona
que ciñe le sale un moroncito cónico, a manera de coronilla dorada, símbolo de
la energía espiritual dimanante del centro llamado Brahmarandra o sea la
coronilla o el loto de mil pétalos como le llaman los libros orientales.
En el hombre
muy evolucionado, este centro de energía resplandece con tan vivo fulgor que
forma una verdadera corona; y el significado del pasaje es que deposita a los
pies del Logos todo el fruto de su evolución, todo el espléndido karma
engendrado, toda la energía espiritual que irradia, para que el Logos la
utilice en Su obra. Así es que simbólicamente puede estar depositando de
continuo su corona, pues la restaura en cuanto la energía dimana de su interior.
El Señor
'Maitreya, nombre que significa compasión, sucedió al Señor Buda en el oficio
de Bodhisattva y desde entonces se ha esforzado en fomentar el espíritu
religioso. Una de las primeras providencias que tomó al asumir el cargo de
Bodhisattva fue aprovechar el formidable magnetismo engendrado en el mundo por
la presencia de Buda y disponer que simultáneamente apareciesen notables
instructores en diversos puntos de la tierra, de suerte que poco después de
Buda vemos a Sankara y Mahavira en India, a Mithra en Persia, a Laotse y Confucio
en China y a Pitágoras en Grecia.
El mismo
Señor Maitreya ha venido ya dos veces: la primera en la persona de Krishna que
encarnó en las llanuras de la India y la segunda en la personalidad de Jesús
con el nombre de Cristo en Palestina. En la encarnación como Krishna su capital
característica fue el amor. El niño Krishna atrajo a su alrededor gentes que
sentían por él profundísimo e in-tenso afecto.
También
durante su encarnación en Palestina fue el amor su más señalada característica,
pues les dijo a sus discípulos: «Un nuevo mandamiento os doy: que os améis unos
a otros como yo os he amado.» Suplicó al Padre que los discípulos fuesen una
misma cosa con El cómo Él era una misma cosa con el Padre. Juan, el discípulo
amado, insiste en la idea del amor al decir: «Quien no ama no conoce a Dios
porque Dios es amor.»
Lo que
ahora se llama cristianismo fue sin duda un hermoso concepto tal como Cristo lo
enseñó originalmente; mas por desgracia ha degenerado de su altísimo nivel en
manos de ignorantes expositores. Sin embargo, no se ha de suponer que la
enseñanza de la fraternidad humana y del amor al prójimo fuese desconocida en
el mundo. Dice San Agustín, en La Ciudad de Dios:
«Lo mismo
que hoy llamamos religión cristiana existió ya entre los antiguos y no ha
faltado desde los comienzos de la humanidad hasta la venida de Cristo en carne
mortal, desde cuyo momento comenzó a llamarse cristiana la ya existente
verdadera religión.»
Quienes
hayan leído el Bhagavad Gîtâ recordarán que rebosa de enseñanzas de amor y devoción.
También el Bodhisattva actual, el Señor Maitreya, ocupó ocasionalmente el cuerpo
de Tsong-ka-pa, el insigne reformador religioso tibetano y durante siglos ha
ido enviando al mundo a varios de sus discípulos, entre ellos a Nagarjuna, Aryasanga,
Ramanujacharya Madhvacharya y muchos
otros que fundaron nuevas escuelas religiosas o explicaron los misterios de la
religión.
También
era discípulo suyo el fundador de la religión musulmana. Ahora ha llegado el
tiempo oportuno para que el Señor Maitreya vuelva a aparecer en cuerpo físico
entre los hombres y seguramente aparecerá dentro de pocos años. En un capítulo
anterior he tratado ya de este advenimiento y de lo que probablemente enseñará
el Instructor.
El envío
de los discípulos anteriormente nombrados es tan sólo una parte de la obra del
Bodhisattva, que no se contrae al reino humano, sino que incluye la educación
de todos los seres vivientes en la tierra y la de los devas evolucionantes. Por
lo tanto, el Bodhisattva es el Jefe o Cabeza invisible de todas las religiones
existentes hoy día y de cuantas ya fenecieron ostensiblemente en el transcurso
del tiempo, aunque sólo las ampara en su forma original y no con las corrupciones
introducidas en todas ellas por el hombre.
El Señor
Maitreya varía el tipo de religión según la época en que la establece y el
pueblo a quien va destinada; pero aunque la forma varíe según adelanta la
evolución, la moral siempre es la misma.
El
Bodhisattva volverá otras veces a la tierra durante el período de la quinta
raza raíz y fundará nuevas religiones, atrayendo cada vez a su alrededor a
cuantos estén preparados para seguirle y de entre ellos escogerá a quienes
pueda relacionar más cercanamente consigo y serán sus íntimos discípulos.
Hacia el
fin de la quinta raza, mucho después que haya llegado a su punto culminante y comience
la sexta raza a predominar en el mundo, dispondrá las cosas de modo que todos
cuantos fueron sus discípulos en sus sucesivos advenimientos encarnen simultáneamente
en la tierra para acompañarle en su última vida en este mundo, durante la cual
alcanzará la iluminación o estado de Buda.
Al propio
tiempo los que fueron sus discípulos, aunque físicamente no le reconozcan ni lo
recuerden, se verán irresistiblemente atraídos hacia Él y bajo Su influencia
entrarán gran número de ellos en el Sendero y podrán adelantar hasta muy
superiores etapas por haber hecho notables progresos en precedentes
encarnaciones.
En un
principio conceptuábamos por imposible lo referido en los libros bu-distas
respecto a que cuando el Señor Gautama alcanzó la iluminación, muchos hombres
obtuvieron instantáneamente el aratado; pero mejor examinado el asunto hemos
visto la verdad subyacente en aquellos relatos. Quizás se exagera la cifra;
pero es indudable que muchos discípulos recibieron de pronto la iniciación
arática por virtud del poderoso magnetismo del nuevo Buda.
Además
del festival de Wesak hay otro día del año en que se congregan reglamentariamente
los miembros de la Fraternidad. Esta reunión se celebra usualmente en la casa
particular del Señor Maitreya, situada también en los Himalayas, pero en la
vertiente meridional en vez de en la septentrional.
En esta
ocasión no hay peregrinos del mundo físico, aunque bien se recibe a todo
visitante astral. Se celebra la reunión el día del plenilunio del mes de
Ashadha, correspondiente a nuestro Julio, por ser el aniversario del notable
sermón pronunciado por el Señor Buda ante sus cinco discípulos anunciándoles el
descubrimiento de la verdad.
A este
sermón se le llama comúnmente el Sutta Dhammachakkappavattana, que el profesor
Rhys Davids ha traducido con el título de La puesta en marcha de la regia
carroza del reino de la justicia. Los libros budistas lo describen más
brevemente con el título de El giro de la rueda de la ley. En este sermón
explicó Buda por vez primera las Cuatro Nobles Verdades y el Noble Óctuple
Sendero con el término medio del Buda, que consiste en vivir rectamente en el
mundo sin caer por una parte en las extravagancias del ascetismo ni por otra en
el libertinaje de la disolución. Movido el Señor Maitreya de profundo afecto a
su insigne antecesor ordenó que en cada aniversario de dicho sermón se recitara
ante la congregada Fraternidad, y después del recitado acostumbra el Señor
Maitreya dirigir una sencilla plática a los reunidos, respecto a la práctica de
las enseñanzas expuestas en el sermón.
Comienza
a recitarse este sermón en el preciso instante del plenilunio y el recitado y
la plática duran cosa de media hora. El Señor Maitreya suele sentarse en el
sitial de mármol colocado en el borde de la terraza del ameno jardín de su
casa. Los adeptos de superior categoría se sientan en su cercano alrededor y
los demás en el jardín un poco más abajo. En esta reunión, como en la de Wesak,
suele haber oportunidad para entablar placenteras conversaciones y amable trato
de los maestros con los discípulos y aspirantes a quienes benévolamente
bendicen.
Convendrá
dar algunos informes de la ceremonia y de lo que en ella se dice, aunque es de
todo punto imposible reproducir fielmente la maravillosa belleza y elocuencia
de la plática del Señor Maitreya en aquella ocasión. El siguiente relato no es
total, sino una combinación de fragmentos muy imperfectamente transcritos y que
algunos de ellos ya se han publicado en otra parte; pero al menos darán idea de
la marcha general de la ceremonia a quienes nada sepan todavía de ella.
El gran
Sermón es admirablemente sencillo y el Buda lo repitió sin cesar, para que los
discípulos lo transcribiesen y de allí en adelante pudieran todos leerlo pues en
aquel tiempo se ignoraba la estenografía.
Como los discípulos habían de retener en la
memoria las palabras de Buda para después anotarlas, fue el sermón muy
sencillo, y al leerlo se echa de ver que Buda lo compuso con el propósito de
facilitar su perpetuación de modo que todos lo recordasen fácilmente. Sus
puntos están dispuestos con riguroso orden lógico, de modo que cada uno
recuerda el anterior, como si se ajustaran a un método mnemotécnico. Cada frase
suelta sugiere a los budistas un conjunto de relacionadas ideas; y así es que a
pesar de su sencillez contiene el sermón una completa norma de recta conducta.
Se podría
creer que ya está dicho todo cuanto cabe decir sobre el sermón; pero el Señor
Maitreya, con su maravillosa elocuencia y hábil exposición, lo renueva de año
en año, y a cada circunstante le parece que la plática va dirigida a él personalmente.
En cada
aniversario, lo mismo que en la original predicación, se repite el pentecóstico
milagro. El Señor Maitreya habla en el armonioso idioma pali primitivo: y sin
embargo cada circunstante lo oye en su propia lengua materna. Comienza el
Sermón diciendo que el sendero intermedio es el más seguro y el único
verdadero. Sumirse en la grosera concupiscencia de los placeres mundanos es vil
y degradante y no conduce a parte alguna.
Más por
otro extremo, también es maligno y estéril el extravagante ascetismo. Puede
haber algunos, muy pocos, que tengan sincera vocación para la vida
contemplativa y solitaria, y pueden ser capaces de llevarla rectamente; y aun
en este caso hay que prevenirse contra las exageraciones; más para la
generalidad de las gentes el camino mejor y más seguro es vivir rectamente en
el mundo y no según el mundo. Lo primero que se necesita para vivir de tal manera
es conocer las condiciones requeridas por dicho género de vida. El Señor Buda
las expone en forma de las siguientes Cuatro Nobles Verdades:
1. a Aflicción.
2. a Causa
de la aflicción.
3. a Cese
de la aflicción o manera de evitarla.
4. a Medio
de eludir la aflicción.
1. ° La primera verdad significa que toda vida
terrena es aflictiva a menos que el hombre sepa cómo vivirla. Al comentar esta
verdad dijo el Bodhisattva que la vida terrena es aflictiva en dos sentidos.
Uno de ellos es hasta cierto punto inevitable, pero el otro es completamente
erróneo y se puede evitar.
Para la
mónada, verdadero espíritu del hombre, toda vida manifestada es aflictiva,
porque la limita y condiciona de un modo que la mente concreta no es capaz de
concebir, pues no tiene idea de la gloriosa libertad de la vida superior.
Exactamente en el mismo sentido se dice que el
Cristo se sacrifica al tomar carne humana en el mundo terrestre. Es sin duda un
sacrificio porque se limita y renuncia entretanto a los excelsos poderes que le
son peculiares en su propio plano.
Lo mismo
le sucede a la mónada humana que indudablemente hace un gran sacrificio al descender
a la materia inferior y cobijarla durante su larguísima evolución hasta
alcanzar el reino humano, cuando infunde en la materia un poco de sí misma, algo
así como la punta de un dedo, y constituye de este modo un ego o alma
individual.
Aunque
personalmente seamos un fragmento de fragmento, no por ello dejamos de ser parte
de una magnificente Realidad. No da motivo a engreírse el ser nada más que un
fragmento; pero tenemos la certeza de que por formar parte de dicha Realidad
podemos eventualmente alzarnos hasta ella y con ella identificarnos.
Tal es la
finalidad de nuestra evolución. Y aun cuando a este fin lleguemos, tengamos en
cuenta que no ha de ser para complacernos en nuestro adelanto sino para ser
capaces de colaborar en el plan de evolución. Todos estos sacrificios y
limitaciones entrañan sufrimiento, pero es un sufrimiento gozoso en cuanto el
eso comprende la trascendencia del sacrificio y de la limitación.
El ego no es perfecto como la mónada, y por lo
tanto no alcanza a comprender desde luego la finalidad del sacrificio y ha de
aprenderla. La tremenda limitación que ha de sufrir la mónada en cada ulterior
descenso a la materia es inevitable, y por esto entraña mucho sufrimiento toda
vida manifestada. Hemos de aceptar estas limitaciones como un medio conducente
a un fin, como una parte del divino plan de evolución.
Hay otro
aspecto aflictivo de la vida, que puede evitarse. El que vive en la ordinaria vida
del mundo se ve con frecuencia atribulado. No fuera verdad decir que siempre
está afligido, pero sí está muy a menudo inquieto y propenso a caer en
angustiosa ansiedad. La causa de ello es que lo dominan diversas clases de
ruines deseos que lo atan y aprisionan. Se esfuerza continuamente en adquirir
algo que no tiene y le consume la ansiedad por poseerlo; pero cuando lo posee
le conturba el temor de perderlo.
Esto no
sólo puede aplicarse al dinero sino también a ¡a posición social, al empleo, al
poderío-v demás ventajas materiales. Semejantes inquietudes ocasionan muy
diversas tribulaciones, pues además de la ansiedad del que apetece una cosa,
hay que tener en cuenta la envidia, hostilidad y malos sentimientos de cuantos
otros apetecen y se esfuerzan por lograr la misma cosa. Hay otros objetos de
deseo que parecen mucho más nobles que éstos y sin embargo no son los
superiores.
Por
ejemplo, si un hombre se enamora perdidamente de una mujer que no puede
corresponderle con igual afecto, este deseo contrariado es causa de ansiedad,
celos, abatimiento y otras siniestras emociones. Se dirá que es muy natural el
sentimiento amoroso, y efectivamente lo es, así como también es copioso
manantial de dicha el amor correspondido.
Pero si
no es posible esta correspondencia, el desdeñado ha de resignarse y no
afligirse por la imposibilidad de satisfacer su deseo. Cuando decimos que una
cosa es natural, damos a entender lo que cabe esperar del hombre ordinario;
pero el estudiante de ocultismo ha de sobreponerse al término medio de la
humanidad, pues de lo contrario ¿Cómo podría ayudarla? Hemos de elevarnos sobre
el vulgo para poder tenderle la auxiliadora mano. Debemos propender a lo
sobrenatural y no a lo natural en el sentido ordinario.
El
clarividente aceptará desde luego la verdad de la enseñanza de Buda en cuanto a
la aflicción de la vida, porque al examinar los cuerpos astral y mental de las
gentes los ve sembrados de pequeños vórtices que giran vertiginosamente y
representan todo linaje de siniestros pensamientos, morbosas emociones, malos
deseos, inquietudes y ansiedades, que causan mucha pena, cuando precisamente la
serenidad de ánimo es lo más necesario para adelantar en la evolución. El único
medio de lograr la paz es desechar tan morbosos elementos; y así llegamos a la
segunda de las Cuatro Nobles Verdades, la Causa de la aflicción.
2° Ya hemos visto que la causa de la aflicción
es siempre el deseo. Si un hombre no desea riquezas ni honores ni posición ni
poderío, permanecerá tranquilo aunque la vida no se los depare. Como es hombre,
algo ha de desear; pero lo desea sin pasión, suave y ecuánimemente, con la
previa determinación de no conturbarse si no lo consigue. Vemos cuan profundamente
se afligen quienes pierden los seres amados que les arrebata la muerte. Si su
amor fuese puro, si no amasen el cuerpo sino el alma de su deudo o amigo no
experimentarían el sentimiento de separación, y por lo tanto no se afligirían.
En cambio, si su deseo se contrae al contacto con la forma corporal en el plano
físico, ha de causar tristeza la separación. Pero si desecharan este deseo
material y vivieran en comunión con la vida superior se desvanecería la
tristeza.
Algunos
se afligen al ver que la vejez se les echa encima y que sus vehículos no rigen
ya con la firmeza que solían. Desean recobrar la energía y las facultades de la
virilidad.
Les
convendrá reprimir este deseo y considerar que sus vehículos hicieron ya su
buen trabajo y hay que dejarlos que hagan tranquila y suavemente el que todavía
puedan, sin afligirse por el envejecimiento. No tardarán en poseer nuevos
cuerpos y el más adecuado medio de lograr que sean buenos es hacer el mejor uso
posible de los viejos, manteniéndose en todos casos tranquilos, serenos e
imperturbables. Para ello es necesario olvidarse de la personalidad de modo que
cesen los deseos egoístas y procurar servir al prójimo en cuanto de ello sean
capaces.
3. ° Cese de la aflicción. Ya hemos visto que
puede cesar la aflicción y lograrse la paz manteniendo siempre el pensamiento
en las cosas superiores.
Todavía
hemos de vivir en este mundo, simbólicamente llamado valle de lágrimas y estrella
de aflicción, como en verdad lo es para muchos, tal vez para la mayoría de las
gentes aunque no sería necesario que lo fuera; y sin embargo, podemos vivir en
él completamente dichosos si no nos apegamos al deseo. Vivimos en el mundo,
pero no hemos de vivir según el mundo ni ser del mundo hasta el extremo de que
nos cause inquietud, turbulencia y aflicción. Indudablemente nuestro deber es
auxiliar al prójimo en sus tristezas y tribulaciones; para más eficazmente
auxiliarle hemos de ser incapaces de entristecernos y atribularnos, de suerte
que no nos conturben las molestias y rozamientos que le desazonan. Si tomamos
filosóficamente la vida terrena, cesará para nosotros la aflicción.
Quizás
alguien juzgue inasequible esta condición; pero no es así porque si lo fuera no
nos la hubiese aconsejado el Señor Buda. Podemos y debemos alcanzarla, porque
sólo cuando la alcancemos nos será posible auxiliar eficazmente al prójimo.
4. ° Medio de eludir o evitar la aflicción. En el
Noble Óctuple Sendero se nos da otra de las admirables tabulaciones categóricas
del Señor Buda, tanto más hermosa cuanto que puede aplicarse a todos los grados
de evolución. El hombre del mundo, aun el inculto e ineducado, puede aplicarse
el aspecto inferior del óctuple sendero y hallar por su medio paz y satisfacción,
mientras que el más profundo filósofo puede aplicárselo en su aspecto superior
y obtener de él mucho provecho.
La
primera etapa de este sendero es la verdadera creencia. Algunos se oponen a
este requisito diciendo que exigiría de ellos algo parecido a la fe ciega; pero
no se exige en modo alguno esta clase de fe, sino más bien cierto grado de
conocimiento respecto de los capitales factores de la vida.
Requiere
que conozcamos algo del divino plan en cuanto a la humanidad atañe, y si no
somos capaces de conocerlo por nosotros mismos, hemos de aceptarlo según
constantemente se nos lo enseña. Hay verdades fundamentales que en una u otra
forma las enseñan continuamente a los hombres los instructores religiosos y las
Escrituras Sagradas, y aún a los salvajes se las enseñan sus curanderos y
saludadores. Cierto es que en la forma difieren las religiones y los libros
sagrados, pero los puntos en que todas coinciden ha de aceptarlos quien quiera
vivir dichoso.
Una de
dichas verdades es la eterna ley de causa y efecto. Si un hombre vive bajo la
ilusión de que puede hacer cuanto se le antoje y que nunca recaerán en él las
consecuencias de sus actos, no dejará de advertir que algunos de estos actos le
acarrean aflicción y sufrimiento.
Si por
otra parte no comprende que el objeto de la vida es progresar, que la voluntad
de Dios es que llegue a ser mejor de lo que es, también entonces se acarreará
aflicción y sufrimiento, porque se inclinará al grosero y ruin aspecto de la
vida que jamás puede satisfacer al hombre interno. De esto se infiere que ha de
conocer algo de estas capitales leyes de la naturaleza y si no puede conocerlo
por sí mismo está en el deber de creerlo. Más adelante, en un superior nivel,
antes de recibir la segunda iniciación se nos dice que hemos de desvanecer toda
duda.
"Cuando
le preguntaron al Señor Buda que si la fe ciega era condición de este medio,
respondió:
—No; pero
debéis conocer por vosotros mismos tres importantísimas cosas: 1.a que únicamente
por el Sendero de Santidad y recta conducta puede alcanzar el hombre la perfección,
2.a que para alcanzarla ha de pasar por muchas vidas, mejorándose en cada una
de ellas. 3. a que todas las cosas
actúan sujetas a la eterna ley de justicia.
En esta
etapa de evolución, el hombre debe disipar todo linaje de dudas y estar
firmemente convencido en su interior y en su exterior de dichas verdades; más
el hombre atrasado en su evolución ha de creerlas, pues no podrá progresar si
alguien no le guía.
La
segunda etapa del óctuple sendero es la rectitud de pensamiento. Ahora bien; la
rectitud de pensamiento entraña dos distintas condiciones.
La
primera exige que pensemos en lo bueno y no en lo malo, que reservemos siempre
en la mente nobles y hermosos pensamientos porque de lo contrario la llenarían
por completo los vulgares pensamientos de nuestra cotidiana ocupación. No nos
engañemos en esto.
Todo cuanto
hagamos lo hemos de hacer exacta y solícitamente y con la necesaria concentración
de pensamiento para que resulte perfecta la obra-. Pero la mayoría de las
gentes, cuando acaban de hacer una cosa y aun cuando suspenden su ejecución
todavía piensan en frivolidades y cosas relativamente ruines.
Quienes
sienten devoción por el Maestro procuran tener siempre reservada su imagen en
la mente, para que en cuanto se lo permitan las ocupaciones de la vida
cotidiana el pensamiento en el Maestro llene su mente.
A su vez
el discípulo piensa: « ¿Qué haré para asemejar mi vida a la del Maestro? ¿Cómo
podré mejorarme para ser capaz de mostrar la belleza del Señor a quienes me
rodean? ¿Qué haré para llevar adelante la auxiliadora obra del Maestro?
Una de las cosas que podemos hacer es enviar
por doquiera pensamientos de simpatía y benevolencia.
Recordemos
también que el recto pensamiento ha de ser definido, no vago ni difuso. Los pensamientos
que tienen momentáneamente por objeto una cosa y en seguida se posan en otra
muy distinta son inútiles, pues no nos ayudarán en modo alguno a lograr el dominio
de la mente. El pensamiento recto no puede tener ni la más leve mácula ni
sombra de sospecha, pues hay quienes por nada del mundo cederían a un
pensamiento notoriamente impuro u horrible y en cambio no reparan en dar paso a
pensamientos no concretamente malos, pero algo sospechosos.
Nada de
esto ha de haber en el pensamiento recto, y se ha de eliminar todo cuanto
denote la más ligera sospecha. Hemos de estar seguros de que nuestros
pensamientos han de ser perfectamente puros y buenos.
Otra
acepción del recto pensamiento es la de que sea exacto, esto es, que exprese
únicamente lo verdadero. Así a veces pensamos injustamente mal de una persona,
movidos por el prejuicio y la ignorancia. Tenemos la idea de que una persona es
mala y creemos que forzosamente ha de ser malo cuanto haga. Le achacamos
intenciones y motivos que muchas veces carecen en absoluto de fundamento y al
hacerlo así la juzgamos equivocadamente y por lo tanto no es recto nuestro pensamiento.
Todo
hombre que no sea adepto tiene en sí algo malo y algo bueno; pero
desgraciadamente nos fijamos por mala costumbre en lo malo y desdeñamos por
completo lo bueno.
En
consecuencia, tampoco es recto nuestro pensamiento acerca de estas personas, no
sólo por erróneo sino por in caritativo. Miramos tan sólo un aspecto de la
persona y desconocemos el opuesto. Además, al fijar la atención en las malas
cualidades en vez de en las buenas, intensificamos el mal, mientras que por
medio del recto pensamiento podríamos dar la misma intensificación al aspecto
armónico de la naturaleza del hombre.
La
siguiente etapa es la rectitud de palabra, y también notamos las mismas dos
divisiones. Primeramente, debemos hablar siempre de cosas buenas, porque no nos
incumbe hablar de las faltas del prójimo.
La mayor
parte de las veces no es verdad lo que se nos cuenta de los vicios ajenos, y si
lo propalamos también seremos mentirosos y nos perjudicaremos a nosotros mismos
y a la persona de quien murmuramos.
Y aun si
lo que se nos cuenta es verdad, haremos todavía peor en repetirlo, porque
ningún bien podemos hacer al prójimo divulgando lo que hubiere hecho de malo, y
lo mejor será callarlo. Instintivamente callaríamos si la mala acción la hubiese
cometido un hijo, hermano, padre, madre, esposa o marido, y comprenderíamos que
sería muy fea acción referir la maldad de una persona amada a quienes sólo por
nuestra referencia pudieran conocerla.
Si no es
hipócrita nuestra afirmación de fraternidad universal, nos percataremos de que
no tenemos derecho a descubrir las faltas o vicios de nadie, y que debemos
hablar de los demás como queremos que de nosotros hablen. Por otra parte,
advirtamos que muchas gentes no dicen verdad en lo que hablan porque incurren
en inexactitudes y exageraciones, ponderando la importancia de menudencias y
frivolidades, lo cual no es seguramente rectitud de palabra.
Además,
las palabras han de ser afables, convenientes, discretas y jamás necias.
Muchísimos se figuran que ha de ser obligatoria la conversación y que es de
palurdos o patanes no estar continuamente hablando. Parece como si al encontrar
a un amigo faltáramos a la buena amistad y exquisita cortesía si no le damos
incesante conversación.
Recordemos
que cuando Cristo estuvo en la tierra declaró explícitamente que el hombre habría
de dar cuenta de sus palabras ociosas, pues la palabra ociosa suele ser
maligna, y aunque no lo sea, siempre supone desperdicio de tiempo. Al hablar,
digamos al menos algo útil y provechoso. Hay quienes por alarde de ingenio
prodigan los chistes y chanzas y han de poner siempre un comentario burlón a lo
que otro dice, mostrándolo todo bajo su aspecto risible o jocoso. Seguramente
todo esto entra en la clasificación de palabras ociosas, y no cabe duda de que
hemos de ir con sumo cuidado en punto a la rectitud de palabra.
La
siguiente etapa es la recta acción. Desde luego notamos el enlace de estas tres
sucesivas etapas. Si pensamos siempre en lo bueno no podremos hablar de lo
malo, porque la palabra es expresión del pensamiento; y si pensamos y hablamos
rectamente, nuestras acciones no podrán menos de ser de la misma recta índole.
Toda
acción se ha de considerar pronta y acertadamente. Hay muchos que no saben qué
partido tomar en apuradas contingencias, y van de un lado para otro sin
resolverse a nada eficaz, siguiendo a los que tienen el cerebro mejor
organizado. Otros se precipitan inconsideradamente en una violenta acción sin
reparar en las consecuencias.
Aprendamos
a pensar pronta y a obrar rápidamente y no obstante con perfecta consideración.
Sobre todo que la acción sea siempre in egoísta y nunca movida por interés
personal. Aunque esto es muy difícil para muchos, es un poder que debe
adquirirse, y quien trate de vivir para los Maestros tendrá numerosas ocasiones
de practicar el altruismo. Hemos de pensar tan sólo en lo que mejor convenga a
la obra de los Maestros y en lo que podemos hacer en servicio del prójimo,
prescindiendo enteramente de toda consideración personal.
No hemos
de pensar en qué parte de la obra nos gustaría desempeñar, sino desempeñar lo
mejor posible la que se nos asigne.
En
nuestro tiempo pocos son los que viven solitarios como antaño vivían los
eremitas y anacoretas. Vivimos en relación con muchas gentes; y por lo tanto,
cuanto decimos o hacemos ha de afectar necesariamente a gran número de personas.
Hemos de
tener siempre en cuenta que nuestros pensamientos, palabras y acciones no son
meras cualidades sino fuerzas cuyo uso se nos ha encomendado y del cual somos directamente
responsables.
Todas se
han de emplear en servicio de la humanidad y si les diéramos distinto empleo
faltaríamos a nuestro deber.
La quinta
etapa es la de recto medio de subsistencia, y se relaciona muy di-rectamente
con gran número de nosotros.
El recto
medio de subsistencia es el que no daña a ningún ser viviente. Desde luego
vemos que con esta etapa son incompatibles las profesiones de carnicero y
pescador; pero el mandato alcanza a mucho más allá, porque si para vivir
nosotros no hemos de dañar a ningún ser viviente, resulta que también queda
incluido en la regla el tabernero y el vendedor de cualquier clase de bebidas
alcohólicas por ser dañino el alcohol.
Aún hay
más. Pongamos por caso el de un comerciante fraudulento. Tampoco es recto su modo
de vivir porque engaña a los compradores. Si el comerciante vende sus artículos
a precio razonable sin defraudar en cantidad ni en calidad, será recto su modo
de ganarse el sustento; pera engañará a las gentes desde el instante en que
venda un artículo caro y malo dándolo por barato y bueno.
Un recto
medio de subsistencia puede ser malo si se ejerce dolosamente la profesión que
lo proporciona. Debemos tratar con los demás tan honradamente como queremos que
nos traten a nosotros. El comerciante que se dedica a determinadas mercancías
ha de conocer muy bien el artículo, pero el comprador no lo conoce y por lo
tanto pone toda su confianza en el vendedor.
Cuando
recurrimos a un abogado o a un médico esperamos que nos haya de tratar honradamente.
En la misma actitud acude el comprador al comerciante, quien por ello ha de tratar
al comprador con tanta fidelidad como el médico o el abogado trata a sus
clientes. Cuando de este modo alguien confía en nosotros, compromete nuestro
honor para que le sirvamos fielmente. Cada cual tiene el derecho de obtener una
razonable utilidad de su profesión, pero también ha de cumplir leal-mente con
su deber.
La sexta
etapa es la de la rectitud en el esfuerzo. Tiene suma importancia. No hemos de
satisfacernos con ser pasivamente buenos o contentarnos con la abstención del
mal, sino que se nos exige la positiva práctica del bien.
Cuando el
Señor Buda expuso esta enseñanza, empezó por decir: «Cesad de obrar mal.» Pero
a renglón seguido añade: «Aprended a obrar bien.» No basta ser negativamente
buenos ni como los que cargados de buenas intenciones no las concretan en
acción.
Todo ser
humano posee además de su grado de fuerza física, otro de fuerza mental. Cuando
hemos de efectuar una diaria labor, sabemos que hemos de reservar nuestras fuerzas
físicas para llevarla a cabo, y por lo tanto no hemos de hacer nada que las
menoscabe antes de emprenderla.
De la
propia suerte, todos tenemos más o menos fuerzas mentales y volitivas que sólo
nos permiten efectuar cierta cantidad de labor en su respectiva esfera, y en
consecuencia hemos de ir con mucho cuidado en no malgastar dichas fuerzas.
También
disponemos de otras. Cada cual ejerce mayor o menor influencia en sus parientes
y amigos. Esta influencia significa poder de cuyo uso es directamente
responsable quien lo ejerce. Nos rodean los hijos, los parientes, criados,
dependientes y empleados en los que ejercemos algo de influencia, al menos con
nuestro ejemplo, por lo que hemos de cuidar muchísimo de lo que decimos y
hacemos, pues los demás nos imitarán.
La
rectitud en el esfuerzo significa que hemos de efectuar nuestra labor con
arreglo a métodos y procedimientos encientes que no malgasten nuestra energía.
Se pueden hacer muchas cosas, pero unas son más urgentes y necesarias que
otras, por lo que debemos considerar de antemano en cuál de ellas será más
provechoso nuestro esfuerzo.
No
conviene que todos hagamos lo mismo. La labor se ha de distribuir entre todos
para llevarla completamente a cabo sin dejar desatendido ningún aspecto ni
condición. En todos estos asuntos hemos de valemos del raciocinio y del
discernimiento.
Recta
memoria y recto recuerdo es la séptima etapa con diversos significa-dos. La
recta memoria a que se refiere el Señor Buda ha sido considerada por algunos de
sus discípulos como la memoria de las pasadas encarnaciones, que El poseyó
plenamente. En uno de los jatakas se refiere que cierto sujeto murmuró una vez
del Señor Buda, quien dirigiéndose a sus discípulos les dijo:
—Yo insulté a este
hombre en una vida anterior y ahora me murmura. No tengo derecho a resentirme.
Desde
luego que si recordáramos cuanto antes nos ha sucedido, podríamos disponer
mejor nuestra presente conducta; pero aunque la mayoría de las gentes no puedan
recordar sus vidas pasadas, no se infiere de ello que no les convenga la enseñanza
de la recta memoria. Ante todo significa esta enseñanza que hemos de recordar
cuanto en esta vida hemos hecho y vamos haciendo, quiénes somos, cuál es
nuestra labor, cuáles nuestros deberes y qué ríos incumbe hacer en servicio del
Maestro.
Además,
la recta memoria significa una razonable elección de lo que mayormente conviene
recordar. A todos nos suceden en la vida cosas agra-dables y desagradables. El
hombre prudente procurará mantener vivo el recuerdo de los sucesos placenteros
y dejará morir el de los aflictivos. Supongamos que alguien se llega de pronto
a nosotros y nos ultraja. La persona insensata recordará el ultraje durante
meses y aun años y no cesará de decir que el tal o el cual le infirió un
ultraje. Este recuerdo le irritará el ánimo; pero ¿qué beneficio obtendrá de ello?
Evidentemente
ninguno. Tan sólo conseguirá afligir su ánimo y mantener vivo un siniestro
pensamiento. Seguramente que esto no es recta memoria. Debemos perdonar y
olvidar cuanto mal se nos haga y acordarnos siempre de los beneficios recibidos
porque el recuerdo henchirá nuestra mente de amor y gratitud.
Por otra
parte, todos hemos cometido errores y conviene recordarlos para no repetirlos;
pero sin afligirnos ya ni lamentarnos por ellos, pues no fuera tal recta
memoria.
La última
etapa es la recta meditación o recta concentración y no sólo se refiere a la
habitual meditación cotidiana que forma parte de nuestra disciplina, sino que
también significa que en el transcurso de la vida nos hemos de concentrar en
las buenas obras de auxilio y servicio. En la vida diaria no podemos estar
meditando continuamente porque nos cumple efectuar nuestra ordinaria labor,
aunque no estoy seguro de que pueda hacerse sin reservas semejante afirmación.
Si bien
es verdad que no es posible mantener constantemente la conciencia en los planos
superiores, distraída del mundo físico, cabe la posibilidad de continuada
meditación en el sentido de tener las cosas espirituales en el trasfondo de la
mente, según dije al tratar del recto pensamiento, de modo que se coloquen en
primera línea cuando en otra cosa no esté ocupada la mente. Entonces será
nuestra vida una continua meditación sobre las cosas espirituales, interrumpida
de cuando en cuando por la necesidad de enfocar el pensamiento en los ordinarios
menesteres de la vida.
Este
hábito mental nos influirá mucho más favorablemente de lo que a primera vista cabe imaginar. Lo semejante atrae a lo semejante. Dos personas
que adopten dicha norma de pensamientos se atraerán mutuamente, y así puede
suceder que varias personas habituadas a este linaje de meditación formen un
foco o núcleo que irá creciendo hasta concretarse tal vez en una Rama
Teosófica. De todos modos, se atraerán y sus pensamientos reaccionarán unos en
otros, y cada individuo facilitará el progreso de los demás.
Además,
doquiera estemos y vayamos nos rodea una invisible hueste de ángeles, espíritus
de la naturaleza y egos desencarnados. La recta concentración atraerá a nuestro
alrededor las mejores entidades de estas clases de seres de modo que siempre
nos circunden favorables y benéficas influencias. Tal es la enseñanza que dio
el Señor Buda en su primer Sermón, y sobre ella se funda el reino de la Justicia
tan dilatado como el mundo. Son estas enseñanzas las ruedas de la regia Carroza
que por vez primera puso el Señor Buda en movimiento en el festival de Ashadha,
hace muchos siglos.
Cuando en
el lejano porvenir suene la hora del advenimiento de un nuevo Buda, cuando el
actual Bodhisattva encarne por última vez en la tierra para alcanzar la
iluminación, predicará la divina ley al mundo en la forma que le parezca más
adecuada a las exigencias de su época, y le sucederá en el oficio de
Bodhisattva el maestro Kuthumi, quien se ha transferido al segundo Rayo para
asumir la responsabilidad de ser el Bodhisattva de la sexta raza raíz.
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