Almas Perdidas
ALMAS PERDIDAS.
La frase «alma perdida» no expresa exactamente el concepto, porque se presta al error de darle más amplio significado del que en realidad tiene. En el lenguaje familiar la palabra «alma» es muy vaga, aunque en general denota el principio sutil y permanente del hombre, de modo que la pérdida, del alma equivale en términos vulgares a la pérdida del hombre. Esto es precisamente lo que nunca puede suceder; y así resulta errónea la expresión «alma perdida», por lo que conviene aclarar el concepto considerando los tres casos a que inadecuadamente se refiere.
1. Los eliminados de la evolución en el promedio de la quinta ronda. Esta eliminación es precisamente la condenación eoniana (no eterna) que Cristo señala como un peligro a sus empedernidos oyentes. Esta condenación significa tan sólo que los condenados son incapaces por entonces de seguir adelante en su evolución; pero no implica vituperio ni castigo, excepto cuando la incapacidad resulta de haber desaprovechado las ocasiones de adelanto. La Teosofía enseña que todos los hombres son hermanos, pero no que sean todos iguales, pues hay inmensas diferencias entre ellos. Entraron en la evolución humana en diversos períodos, de suerte que hay almas mucho más viejas que otras y están a muy distinto nivel en la escala de su desarrollo. Desde luego que las almas viejas aprenden mucho más pronto que las Jóvenes, y como así aumenta rápidamente la distancia que las separa, llega un punto de la evolución en que las condiciones necesarias para las almas viejas son enteramente inadecuadas para las jóvenes.
Cabe poner por analogía lo que ocurre en las clases universitarias. El catedrático tiene todo el curso de tiempo para explicar la asignatura de modo que los alumnos se dispongan al examen. Divide la labor docente con arreglo a las lecciones del programa ordenadas de lo fácil a lo difícil.
Pero los alumnos son de diversas edades y aptitudes. Unos
adelantan rápidamente; otros se estacionan y algunos se atrasan. Además, si la
clase es de matrícula continua, entran durante el curso nuevos alumnos que nada
saben de la materia asignada, hasta que a mitad de curso el catedrático se ve
precisado a cerrar la matrícula sin admitir a nadie más.
Cosa parecida ocurrió en el curso de la evolución en el promedio de la actual cuarta ronda, cuando quedó cerrado el paso del reino animal al reino humano, excepto en unos cuantos casos excepcionales que pertenecen al porvenir, de la propia suerte que hay ahora entre adeptos noveles que no son restos rezagados de los adeptos lunares, sino hombres más adelantados que el resto de la humanidad.
De la misma manera, hay unos cuantos animales a punto de la individualización que los demás de su clase no alcanzarán hasta el fin de la séptima ronda. En el globo siguiente al nuestro podrán tener estas excepciones ocasión de tomar primitivos cuerpos humanos.
Prosiguiendo la analogía de la escuela, diremos que en el último tercio del curso ya sabrá el catedrático qué alumnos saldrán airosos del examen, cuáles tienen dudoso éxito y quiénes quedarán seguramente suspensos. Por lo tanto, muy puesto en razón estaría que les dijese a estos últimos: "Hemos llegado a un punto en que de nada os aprovecharía cuanto explicase en adelante. Por más que os esforzaseis no podría prepararos debidamente en el tiempo que falta para el examen, y así no sólo serían inútiles para vosotros las sucesivas explicaciones porque no las comprenderíais, sino que resultarían un estorbo para los más adelantados. En consecuencia, lo mejor que podéis hacer es iros a la clase inmediatamente inferior a ésta, repasar las lecciones preliminares que no habéis aprendido aún del todo y volver aquí el curso que viene para salir entonces airosos del examen».
Esto mismo sucederá en el promedio de la quinta ronda. Quienes por más que hagan no sean capaces de alcanzar durante el tiempo restante el nivel de la evolución señalado a la quinta ronda, habrán de retroceder a una clase inferior, y si no está todavía abierta el aula, esperarán en paz hasta la hora oportuna. De estas almas cabe decir que están perdidas para nosotros, es decir, que se separarán de nuestro lado por incapaces de seguir con nosotros en la corriente de evolución a que pertenecemos. No serán de «vuestro año» o de «vuestro curso» como se dice en las universidades; pero seguramente serán alumnos del «curso venidero>> o del «año siguiente>> y acaso sean alumnos sobresalientes por los estudios repasados y la experiencia lograda.
La mayor parte de los suspendidos o eliminados fracasan porque todavía son muy jóvenes para cursar aquellos estudios y demasiado viejos para ir a la cabeza de la clase inferior. Tuvieron la ventaja de asistir a la clase superior durante la primera mitad del curso, por lo que en el venidero aprenderán más pronto y mejor la asignatura, con posibilidad de auxiliar a sus más atrasados condiscípulos que no tuvieron tal ventaja. Para los demasiados jóvenes no es vergonzoso el fracaso; pero hay quienes podrían vencer si se esforzaran y fracasan por no esforzarse en el triunfo. Se parecen a los estudiantes que no pierden el curso por falta de comprensión sino por desaplicados y pigres. El destino de unos y otros es el mismo; pero si los primeros no merecen vituperio porque hicieron cuanto estuvo de su parte, los otros son dignos de reprensión porque no lo hicieron y en consecuencia se acarrean un mal karma de que aquellos están libres. A los perezosos y negligentes que desaprovecharon las ocasiones de adelanto se dirigía la amonestación de Cristo.
A éstos se refiere Blavatsky al hablar de los «inútiles zánganos que repugnan cooperar con la Naturaleza y perecen por millones durante el ciclo manvantarico de la vida». Pero advirtamos que al decir que «perecen durante el ciclo manvantarico» significa aplazamiento y no total aniquilación. El aplazamiento o retraso, es lo peor que puede sucederle al hombre en ordinario curso de evolución. Este retraso es indudablemente gravísimo; pero con todo no cabe nada mejor en tales circunstancias. Ya sea por demasiado jóvenes, ya por pereza o malicia, estas almas han fracasado y necesitan más lecciones, que se les habrán de dar por su bien, aunque sea durante muchas vidas, algunas de ellas fatigosas y que. pueden ocasionarles mucho sufrimiento. De todos modos, han de llegar hasta el fin, porque es el único camino que puede conducirlos al nivel alcanzado por otras almas a través de análoga evolución.
Con objeto de salvar a tantas almas como fuese posible de este adicional sufrimiento, dijo Cristo a sus discípulos: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo: más el que no creyere será condenado». El bautismo y sus correspondientes ritos indican en otras religiones que el hombre entrega su vida al servicio de la Fraternidad; y quien sea capaz de aceptar la verdad y encaminar derechamente sus pasos hacia ella se salvará o se librará de la condenación en la quinta ronda, mientras que quienes cierren su entendimiento a la verdad y desvíen de ella sus pasos quedarán seguramente condenados. Pero recordemos que «condenación», significa estrictamente la eliminación de este «eón» o cadena de mundos y el retroceso a la inmediatamente próxima oleada de vida.
Podemos llamarlas «almas perdidas» porque en efecto lo están para nosotros, aunque no para el Lagos; pero más propio fuera llamadas almas temporalmente eliminadas. Por supuesto que no hemos de creer que salve a las almas el conocimiento de la Teosofía ni tampoco el de su profesada religión, sino el anhelo de vida y su decisiva filiación en las huestes del bien contra el mal y su inegoísta labor ascendente y progresiva.
2. Hay casos en que por el demasiado vigor de la personalidad está el ego casi desligado de ella. Comprenden estos casos dos variedades: quienes viven sólo en sus pasiones y quienes se abstraen en sus pensamientos; o sea exceso de vida emocional y exceso de vida mental. Como quiera que no son raros ambos tipos, conviene comprender exactamente lo que les sucede. Hemos dicho repetidas veces que el ego se infunde en la materia de los planos inferiores, y, sin embargo, muchos estudiantes no aciertan a comprender que esto no es mera figura retórica sino un hecho materialmente concreto. El ego habita en un cuerpo causal, y cuando además toma cuerpo mental y astral, queda con ello sofocada parte de la materia del causal por la más inferior de los' mental y astral. Podemos considerar este infundimiento como una especie de inversión que de su capital hace el ego con esperanza de ganar más de lo que ponga; pero cabe el riesgo de perder algo de lo invertido o en casos extremos de perderlo todo y quedar en quiebra y sin capital efectivo.
Estudiemos esta analogía. El cuerpo causal del ego está formado de la materia de su propio plano o sea el constituido por los tres primeros subplanos del mental, que por esto se llama también plano mental superior para distinguirlo del plano inferior constituido por los subplanos cuarto al séptimo del mental. Sin embargo, la inmensa mayoría de las gentes no actúan más allá del tercer subplano, mental o sea del inferior del causal y aun actúan en él muy parcialmente. Por lo tanto} sólo puede confundirse en los planos inferiores algo de la ínfima gradación del causal y únicamente una corta fracción de dicha materia causal podrá entreverarse con las materias mental y astral.
El dominio del ego sobre sus adyecticias vestiduras es débil e imperfecto porque todavía está soñoliento; pero al paso que crece su cuerpo físico le acompañan en el crecimiento los mental y astral y los tres vibran con bastante intensidad para conmover la materia causal entremezclada con la mental y astral. Esta fracción de fracción de materia causal, completamente entreverada, vivifica, vigoriza y presta personalidad a los vehículos mental, astral y físico, que a su vez reaccionan poderosamente sobre el ego y lo mueven al penetrante conocimiento de la vida, que es precisamente lo que el ego necesita y para lo cual reencarna. El anhelo de adquirir este penetrante conocimiento de la vida se llama en sánscrito trishnâ o sea la sed de vida manifestada, el ansia de verse el ego intensamente vívido, la fuerza que lo impele a la reencarnación.
Pero por haber tenido esta pequeña fracción del cuerpo causal semejantes experiencias está aquella porción del ego mucho más despierta que el resto, pudiendo llegar al extremo de creerse todo el ego y olvidar entretanto su relación con el "Padre que está en el cielo». También puede identificarse con la materia por cuyo medio actúa y rechazar la influencia de aquella otra porción de materia causal infundida, pero no sofocada, en los planos inferiores, la cual es el lazo de unión con la mayor parte del ego siempre residente en su propio plano.
Para comprender del todo este asunto conviene considerar dividida en tres partes la porción del ego que actúa en el tercer subplano del mental o sea en el inferior del causal. Estas partes son: (a) la que permanece en su propio plano (b) la infundida pero no sofocada por la materia inferior; (e) la completamente sofocada por la materia inferior de la cual recibe vibraciones. Estas tres partes están ordenadas en progresión decreciente, porque, así como (a) es una corta porción de todo el ego, así (b) es una corta fracción de (a) y (e) es una corta fracción de (b). La segunda porción obra como enlace entre la primera y tercera. La porción (a) puede compararse con el tronco del organismo humano, (b) con el brazo extendido y (e) con la mano que agarra el objeto material, o mejor todavía, con las puntas de los dedos metidos en la materia.
Esta ordenación de las tres porciones de materia causal es delicadísima y puede alterarse de diversos modos. El propósito es que (e) prenda firmemente y manipule la materia con que está mezclada bajo la guía del tronco (a) por medio del brazo (b). En favorables circunstancias puede dimanar adicional fuerza y aun materia de (a) y transmitirse a (e) por medio de (b) con lo que el gobierno será más y más perfecto. Cuanto mayor sea el tamaño y fortaleza de (c) mejor será su actuación con tal que se mantenga firme el enlace por medio de (b) y (a) siga gobernando. Porque entonces la sofocación de materia causal simbolizada en (e) la despierta a más intensa actividad y la hace delicadamente respondiente a las finas modalidades vibratorias que no podría adquirir de otra manera, y que transmitidas a (á) por medio de (b) significan el desarrollo del ego.
Desgraciadamente no siempre la práctica de la vida se ajusta a este plan ideal que acabamos de esbozar. Cuando el gobierno de (a) es débil suele suceder que (c) se hunde en la materia hasta el punto de identificarse con ella, según dijimos, y que olvidada entretanto de su verdadera naturaleza se crea el ego completo. Si la materia en que se hunde (c) es el séptimo subplano mental, resultará en el plano físico un hombre groseramente materialista. Podrá tener mucho talento, pero no será espiritual y aun llegará al extremo de ser intolerante con todo cuanto trate del espíritu y sin embargo incapaz de comprenderlo ni estimarlo. Tal vez diga que es hombre práctico y positivista, enemigo de sensiblerías; cuando en realidad es duro como la piedra y a causa de su empedernimiento es su vida un fracaso y no progresa en modo alguno.
Si la materia en que tan fatalmente se hunde es astral, será en el plano físico uno de esos hombres que sólo piensan en satisfacer sus gustos, que nada les detiene cuando van tras algo que ardientemente desean y no reconocen otra norma que su brutal egoísmo. Un hombre sí vive encenegado en sus pasiones, como el que se hunde en materia mental vive sumido en sus prejuicios.
En la literatura teosófica se llaman «almas perdidas» a las de los casos citados, aunque no estén irremisiblemente perdidas. De ellas dice Blavatsky: «Sin embargo todavía hay esperanza, mientras permanece en el cuerpo, para quien con sus vicios ha herido su ego. Aún puede redimirse y subvertir su naturaleza material. Porque el contrito arrepentimiento o una ardorosa invocación al ego desligado, o mejor todavía el vigoroso esfuerzo para enderezar sus pasos, pueden atraer de nuevo al ego. El hilo de relación no está del todo roto.»
Hay casos en que (c) se rebela contra (b) y 10 rechaza hacia (a). El brazo se adormece y casi se paraliza, porque su fuerza y subsistencia se retraen en el tronco, mientras que la mano obra por sí misma y se estremece espasmódicamente sin que el cerebro la gobierne. Si la separación es completa parece como si la hubiesen amputado por la muñeca, aunque esto rara vez ocurre durante la existencia física, si bien sólo queda la indispensable relación para mantener viva la personalidad.
Como dice Blavatsky, un caso así no es del todo desesperado pues aún en el último instante puede reavivarse el paralizado brazo si se hace un esfuerzo suficiente, y así el ego recobra algo de (c) como ya había recobrado algo de (b). Sin embargo, la vida queda malograda, pues, aunque el hombre esquive su ruina nada ha ganado y en cambio desperdició mucho tiempo.
Parece increíble que en casos como los descritos pueda el hombre evitar su total ruina; pero afortunadamente para nuestras posibilidades de progreso, las leyes que nos rigen son de tal naturaleza que resulta muy difícil la pérdida del alma, según demuestran las siguientes consideraciones. Todas las actividades que se compendian en el mal ya sean egoístas pensamientos en el plano mental, ya egoístas emociones en el astral se manifiestan invariablemente como vibraciones de la materia más grosera de dichos planos o sea la de los subplanos inferiores.
Por otra parte, todos los pensamientos y emociones inegoístas ponen en vibración la más delicada materia de su respectivo plano, y como esta materia tiene mucha mayor plasticidad, toda energía empleada en buenos pensamientos y suaves emociones produce centuplicado rendimiento que el de la misma energía aplicada a la materia grosera. De lo contrario es evidente que no podría progresar el hombre ordinario.
No haríamos agravio alguno al hombre menos evolucionado del mundo si supusiéramos que el noventa por ciento de sus pensamientos y emociones son interesados, cuando no del todo egoístas; pero si tan sólo el diez por ciento fueseI1 de orden espiritual e inegoísta se elevaría sobre la vulgaridad. Desde luego que, si estas proporciones diesen el mismo resultado, la inmensa mayoría del género humano daría nueve pasos atrás por uno adelante, de suerte que al cabo de pocas encarnaciones regresaría al reino animal dé que procedió. Pero felizmente el resultado del diez por ciento de energía aplicada al bien es enormemente mayor que el del noventa por ciento aplicado a fines egoístas, de modo que, en las proporciones puestas, por ejemplo, adelantaría el hombre notablemente de una a otra vida. Aun el hombre que sólo hace el uno por ciento del bien progresa ligeramente, y por lo tanto se comprende sin dificultad que para estacionarse debe llevar muy mala vida, mientras que para regresar en la evolución ha de ser un empedernido y abyecto malvado.
Gracias a esta benéfica ley, el mundo progresa firme, aunque lentamente, por más que veamos a nuestro alrededor muchas miserias, y ni siquiera hombres como los descritos caen muy hondo, pues 10 por ellos perdido es más bien tiempo y ocasiones que la posibilidad de seguir evolucionando; pero la pérdida de tiempo y ocasiones significa siempre añadidura de sufrimiento.
Para ver lo que han perdido y lo que dejaron de hacer, volvamos al símil de la inversión del capital. El ego espera recobrar lo que puso a interés en la materia inferior, o sea lo que hemos designado por (c) y espera recobrarlo mejorado en calidad y aumentado en cantidad. Su calidad es mejor porque estuvo más despierto y fue capaz de responder pronta y seguramente a una gama de vibraciones más nutrida que antes. Esta capacidad (c) se transfiere necesariamente a (a) al reabsorberse, aunque la energía almacenada que formó en (c) tan potente ola, levanta únicamente una rizadura cuando se difunde por toda la substancia de (a).
Conviene advertir que, aunque los vehículos pueden vibrar en consonancia con malos pensamientos y siniestras emociones, porque contienen materia de todas las modalidades delicadas y groseras de sus respectivos planos, y aunque la excitación de estas vibraciones pueda perturbar la sofocada materia causal (c) es imposible que esta materia (e) reproduzca dichas vibraciones ni las comunique a (a) o (b) porque la materia del plano causal (los tres planos superiores del mental) es incapaz de vibrar al tono de los subplanos inferiores, como tampoco la cuerda de un violín puede vibrar a tono inferior del en que está templada.
También aumenta (c) en cantidad, porque el cuerpo causal, lo mismo que los demás vehículos, está cambiando constantemente su materia, y por el especial ejercicio de una parte de él, aumenta de tamaño y se vigoriza esta parte como sucede en los ejercitados miembros del cuerpo físico. Cada vida terrena es una oportunidad cuidadosamente calculada para este desarrollo en cantidad y calidad según las necesidades del ego; pero el desaprovechamiento de dicha oportunidad resulta el inconveniente y demora de otra vida análoga con sufrimientos tal vez agravados por el karma adicional en que ha incurrido.
Del incremento que el ego tiene derecho a esperar de cada encarnación, debemos deducir cierta cantidad de pérdidas que en las primeras etapas apenas pueden evitarse. Para que la entremezcla con la materia inferior sea efectiva debe ser muy íntima; y cuando así sucede, resulta dificilísimo recobrar las partículas causales, sobre todo de su conexión con el vehículo astral. Al tiempo de separarse de éste, queda casi siempre en el plano astral una sombra y no una envoltura de materia causal, lo que denota algo de pérdida. Excepto en el caso de una vida muy depravada, la pérdida ha de ser menor que la ganancia por crecimiento, de suerte que resulta un saldo a favor.
Los tipos de hombres anteriormente descritos, que viven del todo entregados a sus pasiones o a sus ideas, nada ganan en cantidad ni en calidad, porque las vibraciones no se almacenan como pudieran en el cuerpo causal; y por otra parte, como la entremezcla ha sido tan Íntima, habrá seguramente considerable pérdida al tiempo de la separación.
En el símil del brazo y la mano no hemos de incurrir en el error de que (b) y (e) son dos inalterables porciones del ego. Durante el período de la vida pueden considerarse separadas; pero al fin de cada período se resumen en (a) y el resultado de su experiencia se distribuye como si dijéramos por toda su substancia, de suerte que cuando el ego reencarna no extiende de nuevo los viejos (b) y (c) porque quedaron absorbidos inherentemente en él, así como el agua de una copa derramada en una cubeta se une al agua en esta cubeta contenida sin poderla separar de ella. Si el agua de la copa está teñida, el color se difunde por toda el agua de la cubeta. La materia colorante simboliza en este caso las cualidades desarrolladas por la experiencia. Así como fuera de todo punto imposible recobrar de la cubeta la misma agua derramada de la copa, así el ego no puede tener los mismos (b) y (c). El procedimiento es idéntico al que estaba acostumbrado el ego antes de su completa individualización, o sea al seguido por el alma grupal, con la diferencia de que ésta ofrecía muchos tentáculos al mismo tiempo, mientras que el ego sólo infunde uno a la vez. Por lo tanto, la personalidad es distinta y el ego es el mismo en cada encarnación.
3. Caso en que la personalidad capta la porción infundida del ego y la arranca. Felizmente es, rarísimo este caso, pero los hay y denotan la más espantosa catástrofe que le puede sobrevenir al ego. Entonces, (c) en vez de rechazar a (b) y empujarlo gradualmente hacia (a) va absorbiendo poco a poco a (b) hasta desgajarlo de (a). Esto sólo ocurre cuando hay deliberada persistencia en el mal, o sea en la magia negra. Volviendo al símil, equivale esto a la amputación del brazo por el hombre o sea la pérdida de casi todo el capital del ego. Afortunadamente no puede perderlo todo, porque (b) y (c) en conjunto son tan sólo una corta porción de (a) y tras (a) está la mayor porción del ego, todavía no desarrollado, en el primero y segundo subplanos del mental. Pero por misericordia de la ley, aunque un hombre sea espantosamente insensato o malvado, no puede arruinarse del todo, porque la porción superior del cuerpo causal no entrará en actividad hasta que el hombre llegue a un nivel en que sea imposible semejante maldad.
Ahora que hemos transcendido el punto culminante de nuestra inmersión en la materia, todas las fuerzas del universo impelen hacia delante y hacia arriba, en dirección a la unidad, y quien voluntariamente dedica su vida a la inteligente cooperación con la naturaleza obtiene por parcial recompensa una cada vez mayor percepción de esta unidad. Mas, por otra parte, es evidente que el hombre puede colocarse en oposición con la naturaleza, y en vez de trabajar | por el bien de todos, puede envilecer sus facultades con fines egoístas. De estos se dijo: «En verdad os digo que ya recibieron su recompensa». Emplean sus vidas en luchar por la separatividad y al fin quedan aislados durante largo tiempo. Dícese que la sensación de hallarse completamente aislado en el espacio es el destino más horroroso que puede caer sobre los hijos de los hombres.
El extraordinario incremento del egoísmo es la característica de los magos negros y únicamente entre ellos cabe hallar hombres condenados a tan horrible destino. Muchas y muy odiosas son sus variedades, pero pueden clasificarse en dos grandes grupos que, si bien emplean ambos egoístamente las ocultas artes, es distinto su propósito.
El más frecuente y menos temible grupo es el de los nigromantes que sólo buscan la satisfacción de alguna concupiscencia, y el natural resultado de una vida dedicada exclusivamente a este siniestro objeto, concentra las energías del hombre en el cuerpo de deseos, de suerte que es incapaz de todo sentimiento afectuoso o inegoísta, de todo noble impulso, y sólo hay en él un impenitente e implacable monstruo de lujuria. Así es que al morir este hombre no quiere ni puede transcender el ínfimo subplano astral. La muerte de semejante hombre está empapada de bajos deseos, y como en la hora de la lucha no puede recobrar el ego ni una partícula mental, se debilita y mengua gravemente.
Por consentir en esto se elimina temporáneamente del curso de la evolución, o sea de la potente oleada de la vida del Logos, y así hasta que pueda reencarnar permanece a su parecer apartado de la vida divina en la condición de Avitchi, es decir, en completa soledad.
Aun cuando reencarne no podrá convivir con quienes estuvo relacionado en la existencia anterior, pues carece de la energía necesaria para adquirir vehículos cuya tónica armonice con las de los de la vida precedente. Se ha de contentar con vehículos de grado inferior, como los pertenecientes a una raza primitiva, porque ha retrocedido en la evolución y debe subir de nuevo muchos peldaños de la escala. Probablemente renacerá en una tribu salvaje y será el cacique de ella por la inteligencia que todavía conserve; pero también cabe, según se nos ha dicho, que su retroceso en la evolución sea tan enorme, que no halle en las actuales condiciones de la humanidad ningún cuerpo bastante grosero para las manifestaciones exigidas por la Índole de su nueva vida, por lo que será incapaz de seguir tomando parte en el presente plan de evolución y habrá de esperar en estado inconveniente el comienzo de otro período evolutivo.
¿Qué es entretanto de la amputada personalidad? Ya no prosigue evolucionando, sino que permanece henchida de malicia sin remordimiento ni responsabilidad, y como está condenada a la desintegración en el siniestro ambiente de ya llamada «octava esfera» procura prolongar todo lo posible en el plano físico su artificios a existencia por medio del vampirismo, y si no se apodera de un cuerpo humano a propósito para sus fines y en él se infunde después de expulsar a su legítimo dueño. Generalmente elige al efecto el cuerpo de un niño, tanto porque espera que dure más tiempo, como porque es más fácil expulsar al propietario que todavía no se ha posesionado por completo de su casa. Pero no obstante los frenéticos esfuerzos de esta desalmada entidad astral, acaba por agotarse su poder, y no creo que haya habido caso alguno en que lograra apoderarse de otro cuerpo luego de gastado el que hurtó primero. Esta entidad es un terrible demonio, un monstruo sin lugar apropiado en el plan de evolución a que pertenecemos.
Por lo tanto, su natural tendencia es eliminarse de esta evolución y quedar impelido por la irremisible fuerza de la ley hacia el abismo que en la primera época de la literatura teosófica se llamó «octava esfera» porque quienes allí van quedan eliminados del ciclo de siete mundos y no pueden reingresar en el curso de evolución a que pertenecieron. Allí, rodeados de los aborrecibles residuos de la reconcentrada maldad de los pasados siglos, arden continuamente en el fuego de sus concupiscencias sin posibilidad de satisfacerlas, hasta que poco a poco se va consumiendo la monstruosa entidad, dejando libre la materia mental y causal que sofocaba. Sin embargo, estas materias no se restituyen al ego de quien se substrajeron, sino que se incorporan a la masa general de sus respectivos planos para ir entrando en nuevas combinaciones y servir para mejores usos.
Consuela el saber que estas monstruosas entidades son tan raras, que muy pocos las conocen y sólo pueden obsesionar a quienes en su naturaleza inferior tengan señalados vicios de análoga índole.
Pero hay otro tipo de mago negro en apariencia no tan odioso y sin embargo más temible por lo más potente. Es el que, en vez de encenagarse en la concupiscencia, se propone por no tan grosero, aunque no menos inescrupuloso fin la egoísta adquisición de amplios e intensos poderes ocultos con que realizar sus ambiciones, establecer su predominio y cumplir sus venganzas.
A este objeto se somete al más riguroso ascetismo por lo que toca a los placeres sexuales y elimina las partículas groseras de su cuerpo astral (1) La «octava esfera» de los teósofos está simbolizada en el Apocalipsis por el «lago de fuego y azufre». El teósofo que guste de cumplir estrictamente con el segundo objeto de la Sociedad Teosófica puede cotejar las enseñanzas expuestas por Leadbeater con la interpretación razonada del Apocalipsis, 19:20; 20: 10, 14, 15; 21: 8. -N. del T. con tanto cuidado como un mago blanco.
Pero, aunque su mente queda empapada en deseos no tan groseros como los carnales, también concentra enteramente su energía en la personalidad; y en la hora de la separación, al término de la vida astral, no es capaz el ego de recuperar ni un ápice del capital invertido. Por lo tanto, el resultado es el mismo que en el caso anterior, sin otra diferencia que el ego permanece mucho más tiempo relacionado con la personalidad y participará en cuanto le quepa de sus experiencias.
Sin embargo, el destino de esta personalidad es muy distinto, porque el relativamente sutil tegumento del cuerpo astral no consiente larga vida en este plano, y a pesar de todo ha perdido todo contacto con el mundo celeste que debió ser su morada, pues durante la vida terrena sofocó cuantos pensamientos hubiesen dado resultados devachánicos. Su único esfuerzo fue contrariar la evolución natural, separarse de la colectividad, guerrear contra ella, y esto logró en cuanto a la personalidad se refiere, porque queda separado de la luz y vida del sistema solar y su única sensación es de absoluto aislamiento, de estar solo en el universo.
Así vemos que, en este segundo y más raro caso, la perdida personalidad comparte el destino del ego de quien está en vías de separarse. En cambio, para el ego es temporánea esta experiencia, aunque pueda durar un período que según los cómputos mundanos parezca larguísimo, y al terminar este período reencarnará el ego con nuevas oportunidades. De todos modos, la personalidad está condenada a la desintegración, como todo cuanto se aparta, desgaja o elimina de su origen. Pero ¿Quién podrá describir los horrores y tormentos por que ha de pasar la personalidad antes de su disolución? Con todo, bueno es recordar que ninguno de los referidos estados es eterno ni en ellos puede caer el hombre más que por deliberada pertinacia en el mal.
Besant habla de otra posibilidad mucho más remota de que yo no he conocido ningún caso. Dice que así como (c) puede absorber a (b) y rebelarse contra (a) separándose de él para actuar por su cuenta, cabe en lo posible o cupo en pasados tiempos que la mortal dolencia de separatividad y egoísmo inficione también a (a) y lo absorba en el monstruoso incremento del mal, hasta el punto de separarlo de la porción latente del ego y que arrastre también al cuerpo causal y no sólo, a la personalidad. Este caso correspondería a un tercer grupo de magos negros y su símil fuera no ya la amputación de la mano, sino la completa destrucción del tronco o cuerpo. Un ego así no reencarnaría en forma humana, sino que se hundiría en los abismos de la vida animal, necesitando por lo menos toda una cadena planetaria para recuperar el nivel perdido. Sin embargo, este caso, aunque teosóficamente posible, apenas puede concebirse en la realidad. De todos modos, conviene advertir que aun entonces la porción latente del ego sigue siendo el vehículo de la mónada.
De cuanto queda dicho se infiere que millones de egos atrasados, todavía incapaces de soportar el esfuerzo necesario para más alta evolución, caerán en el promedio de la quinta ronda para ser de los más adelantados en la siguiente oleada evolutiva; que quienes vivan egoístamente en sus pensamientos o en sus emociones arriesgan acarrearse con ello mucha tristeza y sufrimiento; y que quienes sean lo bastante insensatos para entregarse a la magia negra atraerán sobre sí horrores ante los cuales retrocede estremecida la imaginación.
Sin embargo, también se infiere de todo lo expuesto, que la expresión «alma perdida» es inadecuada, porque todo hombre es una chispa de la divina llama y por lo tanto jamás y en ninguna circunstancia puede perderse o aniquilarse. La voluntad del Logos es la evolución del hombre. En nuestra ceguera podremos resistirnos por un momento contra su voluntad, mas para él nada es el tiempo; y si hoy estamos ciegos, esperará pacientemente a que abramos los ojos. Pero en último término siempre se hará su voluntad.
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